martes, noviembre 17, 2009

Capitulo 20. Amnésico comienzo.

Me acostumbrado a tus uñas marcando mis palmas, a ignorar a los curiosos en nuestros públicos besos, a los piropos de hombres y mujeres, a tus ganchos al hígado, al gracioso timbre tu voz, a la suavidad de tu nuca, a tropezar en cada cuadra por intentar besarte, a mi mano apropiándose de tu cadera, a recordar por que te amo.

Llego el 14 de febrero, en realidad me importa un carajo la festividad, pero si lo deseas, podría correr en pañales, alas y arco, por toda la Madero mientras sostengo una pancarta con un poema.

Por suerte para mi eso no sucedió y para tu infortunio nunca te conté mi idea ya que me lo hubieras pedido, sin embargo me vestí para la ocasión, una playera rosa y un pantalón azul pastel, solo me hizo pintarme en la frente “propiedad de …”, compre varios regalos, nunca se que regalarle a una mujer y en especial a ti, así que tomo la ley de la probabilidad, 1 de 3, pero el hecho de que meta semi-lógica y estadística, no significa que no ponga todo mi empeño al escoger cada uno, por lo menos diré que lo intento.

Es cierto que por ella hago demasiadas cosas estúpidas, sin embargo las serenatas habían quedado en el pasado, la primera vez mi dama no salio, la segunda tampoco, en las dos la gastritis hizo su trabajo con licores que valían menos que el alcohol etílico, en las dos aprendí canciones; con las que antes hubiera comido ojivas nucleares y defecado para hacerle compañía al sputnik (si es que aun existe), en las dos llegue a la mañana siguiente con una cara merecedora del doble de Edward manos de tijeras o en su defecto Cristian Bale en el maquinista, en las dos viaje algunos kilómetros en una camioneta con el cobijo del viento de la madrugada. En realidad todo esto no es razón suficiente para no darte otra serenata, cierto las dos fueron para ti, solo que no contaba con los medios suficientes, y “los músicos” no hubieran hecho la labor humanitaria viajando el triple de kilómetros que en los años pasados (odio que mi bolsillo este en crisis).

Aun con la ausencia de la serenata, me dispuse a poner todo mi empeño en hacer un día especial, llegue una hora antes al lugar de la cita, me importo poco los títulos que las miradas enmarcaban sobre mi aire, estas iban desde “pobre ingenuo”, “idiota”, “mandilón” y “necesito uno de esos”. Llegaste unos quince minutos tarde, un buen tiempo considerando el limite que te había establecido (digamos unas seis horas).

Tu rostro inquieto, tus ojos tratando de dispersar la multitud para encontrar mi figura, desaparecieron la gravedad que me ataba a mi asiento, camine unos segundos hasta tomarte por la espalda, volteaste sorprendida reconociendo mis manos y como si faltara sellamos el acontecimiento con esos inolvidables besos.

Caminamos un rato por los jardines de la universidad, hasta topar la calle, y emprendimos la caminata hacia mi barra de sushi preferida; nunca supe si en realidad te agradaba el pescado crudo, o si solamente lo soportabas por mi obvia afición.

La comida duro poco, nos dirigimos hacia mi casa, no sabia como ocultar mi falta de capital, aunque aun tenia el regalo perfecto para los dos en mi cuarto.

Apenas la puerta se cerro detrás nuestro, saltamos encima de nuestra presa, todo era tan salvaje e instintivo, ni una sola idea pasaba por mi cabeza, nuestra naturaleza hacia de las suyas en nuestros cuerpos.

El pasillo convertía en eco nuestra respiración, nuestras manos prestaron poca importancia a la ropa, nuestras bocas se inscribían sobre cualquier punto vulnerable, las paredes enfriaban nuestras espaldas, nos prestábamos a un sueño impetuoso.

Aun así el camino hacia mi cuarto era largo, la cocina estaba a unos pasos.

Hicimos parte del deseo el comedor, las sillas sirvieron apoyo, el mantel de punto de anclaje, tomamos de metrónomo la vajilla al romperse.

Las escaleras estaban cerca, aun no habíamos completado todo aquello.

El cuarto permanecía cerrado, las llaves olvidadas, los barandales fueron nuestro único apoyo.

Descubrimos un cuarto vacío, lo donamos a nuestra causa, encontramos unas cobijas olvidadas, improvisamos una cama y así seguimos hasta que el atardecer enrojeció el cielo.

La humedad de nuestros cuerpos en frenesí molesto un poco al terminar, la ducha estaba a unos pasos, simplemente perfecto.

El agua estaba helada, no lo suficiente para detenernos, no para tomar para bloquear nuestra inspiración, no para descansar.

El viento helado al salir de nuevo nos llevo a cobijarnos en nuestra carne y así continuo hasta al anochecer.

Me hubiera encantado que durmieras a mi lado, o al menos intentar dormir, pero tu hermana llamo, hubieras cambiado el timbre para ella, algo más al estilo de la caza salvaje (no es que este tuerta ni mucho menos).

A todo esto quien recordó el dinero.

1 comentario:

Unknown dijo...

looooooooooool

Propiedad de...? xDDD esa estuvo buena, algun dia tendre que aplicarla, pero no sera igual de divertido sin un poco de resistencia.

No se si te habras dado cuenta, pero tu historia es un desmadre que brinca de una vieja a otra, de una epoca a otra... oh espera... ya, i get it.