viernes, noviembre 20, 2009

Capitulo 21. La nostalgia de los huraños.

Parece que la ciudad te va bien, has hecho amistades que en el pasado nunca hubieras imaginado, tus pasos transmiten más seguridad, tus intereses son más variados, tu sentido de la aventura no durara mucho tiempo dormido.

Esta ciudad realmente apesta, su temperatura me obliga tomar al menos dos duchas al día, los lugares interesantes están a distancias ridículas, el índice de robos no te permite estar más de tres horas en la calle después de las 8 de la noche, el horario de mi facultad apesta, las tarifas de mi celular son ridículas, pareciera que implementaran el aserrín en el transporte publico, estratosféricos costos en los lugares “inn” de la ciudad y por sobre todo la comida insípida, parece que después de todo soy un pueblerino.

Mi primer visita al parque de diversiones “666 astas”, fue una experiencia para recordar, desde los 5 años siento temor hacia las atracciones mecánicas; no es buena idea hacerle cerrar los ojos a sus hijos y después decirles en la cima de la “corona” que los habrá y mucho menos si esta gira en sentido inverso.

Nunca supe bien el por que fui a este viaje, mi máximo limite de adrenalina eran los carros chocones, cualquier otra cosa haría que me diera un ataque de ansiedad. Mi plan era mantenerme lo mas alejado de las montañas rusas, y estar en el resguardo de alguna masa de gente, exacto, me convertiría en una cebra entre ellas, así que tome como escudo a uno de mis compañeros que radicaba en las provincias aledañas a mi ciudad natal, lo llamábamos Opopeo. Pensé en, por que no, si yo le temía imagínate él, al final el me rogaría por seguir en la seguridad del suelo y como buen compañero le serviría de apoyo.

Nuestros compañeros se movieron como perros de caza, hurgando, olfateando, marcando el territorio, y de pronto nos vimos envueltos entre ellos. Caminamos un rato hasta topar con un edificio, hecho de cantera artificial, mientras explorábamos el recinto, me sentí mas seguro, parecía solo un museo del mayor y más grande héroe de historietas americanas; para mi es solo un puñetero maricón con súper poderes. Cuando parecía que veíamos la salida me tope con algo inesperado, una enorme fila de barandales rojos, de esos que se usan para mantener las filas en orden, y me pregunte por un momento si habíamos entrado por la salida.

Apresuramos el paso, hasta que nos encontramos con puñado de gente, unas veinte al menos, estaban detrás de unos barrotes que los separaban de los rieles, al ver eso mis pies solo dijeron, largate en este momento si quieres vivir, era demasiado tarde al voltear la fila detrás de mi era de por lo menos diez personas y por detrás de ellos salia un carro con el Alíen y el Árbol gritando con euforia.

Llego mi turno, Opopeo se subió a mi lado, los cinturones y barras de seguridad se ajustaron frente a nosotros, los vagones espesaron a moverse, mi cuerpo goteaba de adrenalina, cuando se disminuyo la velocidad espere que hubiera pasado lo peor, el carro da un giro de noventa grados y me encuentro de frente con una colina de metal que nos jala poco a poco hacia la cima, mientras subimos una voz me distrae del terror que estoy sintiendo.

_ Mira pinche Dorian, el estacionamiento esta bien perrón.

_!¿Estas viendo el estacionamiento?!!Pendejo, no te das cuenta que nos va a cargar la ch…!

Justo antes de terminar mi ultima frase me encontraba cayendo a 120 km/h por una rampa, los calambres por el esfuerzo me hicieron relajarme a la fuerza mientras subía y bajaba la serie de sintéticas colinas. Mientras volteaba a ver el estado de mi compañero me quede perplejo al ver el aburrimiento en su rostro, de una u otra manera termine admirando a ese maldito insensato.

Al bajar, mi cuerpo no dejaba de irrigarme de adrenalina y así sin mas termine subiendo a todas las atracciones del parque.

Cuando llego la hora del almuerzo, fuimos al área de bagetts, pero como buenos preparatorianos decidimos pedir cerveza para bajar la comida, contábamos con nuestro as bajo la manga, Opopeo aunque aparentaba menos de catorce tenia algo que nadie de nosotros tenia y eso lo llevo con la cajera.

_Me puede vender 5 chelas por favor?

_Me puede mostrar su identificación por favor – respondió la cajera entrecerrando con desprecio los ojos-.

Un minuto después se acercaba Opopeo con las 5 cervezas entre sus brazos y comenzó a repartirlas. Tomamos las cervezas en el aire e hicimos un brindis en su honor, mientras devorábamos todo ese “exótico baguette”, Opopeo no tardo en dar una de su acostumbradas opiniones.

_Estas chingaderas no saben a ni madres – exclamo con su característico acento-, para los 200 varos que pague, mejor que me traigan un bisteck con frijoles negros como en mi rancho.

_Buey, el hecho de que nunca lo hayas probado no significa que no este bueno – respondí asertivamente-.

Cuando recuerdo todo esto, me siento como un idiota, siempre tropiezo con la sabiduría de la gente que yo veía más simple. Creo que mantendré mi camino de la casa a la escuela y solo me abstraire en un buen libro y cuando menos lo piense estaré fuera de esta estúpida ciudad, o por lo menos eso espero.

martes, noviembre 17, 2009

Capitulo 20. Amnésico comienzo.

Me acostumbrado a tus uñas marcando mis palmas, a ignorar a los curiosos en nuestros públicos besos, a los piropos de hombres y mujeres, a tus ganchos al hígado, al gracioso timbre tu voz, a la suavidad de tu nuca, a tropezar en cada cuadra por intentar besarte, a mi mano apropiándose de tu cadera, a recordar por que te amo.

Llego el 14 de febrero, en realidad me importa un carajo la festividad, pero si lo deseas, podría correr en pañales, alas y arco, por toda la Madero mientras sostengo una pancarta con un poema.

Por suerte para mi eso no sucedió y para tu infortunio nunca te conté mi idea ya que me lo hubieras pedido, sin embargo me vestí para la ocasión, una playera rosa y un pantalón azul pastel, solo me hizo pintarme en la frente “propiedad de …”, compre varios regalos, nunca se que regalarle a una mujer y en especial a ti, así que tomo la ley de la probabilidad, 1 de 3, pero el hecho de que meta semi-lógica y estadística, no significa que no ponga todo mi empeño al escoger cada uno, por lo menos diré que lo intento.

Es cierto que por ella hago demasiadas cosas estúpidas, sin embargo las serenatas habían quedado en el pasado, la primera vez mi dama no salio, la segunda tampoco, en las dos la gastritis hizo su trabajo con licores que valían menos que el alcohol etílico, en las dos aprendí canciones; con las que antes hubiera comido ojivas nucleares y defecado para hacerle compañía al sputnik (si es que aun existe), en las dos llegue a la mañana siguiente con una cara merecedora del doble de Edward manos de tijeras o en su defecto Cristian Bale en el maquinista, en las dos viaje algunos kilómetros en una camioneta con el cobijo del viento de la madrugada. En realidad todo esto no es razón suficiente para no darte otra serenata, cierto las dos fueron para ti, solo que no contaba con los medios suficientes, y “los músicos” no hubieran hecho la labor humanitaria viajando el triple de kilómetros que en los años pasados (odio que mi bolsillo este en crisis).

Aun con la ausencia de la serenata, me dispuse a poner todo mi empeño en hacer un día especial, llegue una hora antes al lugar de la cita, me importo poco los títulos que las miradas enmarcaban sobre mi aire, estas iban desde “pobre ingenuo”, “idiota”, “mandilón” y “necesito uno de esos”. Llegaste unos quince minutos tarde, un buen tiempo considerando el limite que te había establecido (digamos unas seis horas).

Tu rostro inquieto, tus ojos tratando de dispersar la multitud para encontrar mi figura, desaparecieron la gravedad que me ataba a mi asiento, camine unos segundos hasta tomarte por la espalda, volteaste sorprendida reconociendo mis manos y como si faltara sellamos el acontecimiento con esos inolvidables besos.

Caminamos un rato por los jardines de la universidad, hasta topar la calle, y emprendimos la caminata hacia mi barra de sushi preferida; nunca supe si en realidad te agradaba el pescado crudo, o si solamente lo soportabas por mi obvia afición.

La comida duro poco, nos dirigimos hacia mi casa, no sabia como ocultar mi falta de capital, aunque aun tenia el regalo perfecto para los dos en mi cuarto.

Apenas la puerta se cerro detrás nuestro, saltamos encima de nuestra presa, todo era tan salvaje e instintivo, ni una sola idea pasaba por mi cabeza, nuestra naturaleza hacia de las suyas en nuestros cuerpos.

El pasillo convertía en eco nuestra respiración, nuestras manos prestaron poca importancia a la ropa, nuestras bocas se inscribían sobre cualquier punto vulnerable, las paredes enfriaban nuestras espaldas, nos prestábamos a un sueño impetuoso.

Aun así el camino hacia mi cuarto era largo, la cocina estaba a unos pasos.

Hicimos parte del deseo el comedor, las sillas sirvieron apoyo, el mantel de punto de anclaje, tomamos de metrónomo la vajilla al romperse.

Las escaleras estaban cerca, aun no habíamos completado todo aquello.

El cuarto permanecía cerrado, las llaves olvidadas, los barandales fueron nuestro único apoyo.

Descubrimos un cuarto vacío, lo donamos a nuestra causa, encontramos unas cobijas olvidadas, improvisamos una cama y así seguimos hasta que el atardecer enrojeció el cielo.

La humedad de nuestros cuerpos en frenesí molesto un poco al terminar, la ducha estaba a unos pasos, simplemente perfecto.

El agua estaba helada, no lo suficiente para detenernos, no para tomar para bloquear nuestra inspiración, no para descansar.

El viento helado al salir de nuevo nos llevo a cobijarnos en nuestra carne y así continuo hasta al anochecer.

Me hubiera encantado que durmieras a mi lado, o al menos intentar dormir, pero tu hermana llamo, hubieras cambiado el timbre para ella, algo más al estilo de la caza salvaje (no es que este tuerta ni mucho menos).

A todo esto quien recordó el dinero.

domingo, noviembre 15, 2009

Capitulo 19. La tonada de una precoz tempestad.

No se que es lo que me llama de las tormentas, las calles vacías, la falta de silencio, tu piel cubierta de humedad, el temblor de tu rostro, la sensación de tu pelo recordando la yerba con rocío entre mis dedos, las traviesas gotas corren a esconderse entre tus pechos, la excusa de compartir el calor entre nosotros, los besos entorpecidos por el frío, mi plan confabulado a la lluvia, los truenos protegiéndonos de los seres sensatos.

Hace varios años el sonido de la lluvia me recordaba la felicidad. Era solo un niño acompañando a sus padres, en un pequeño puesto ambulante, mi anhelo durante todo el año era esperar el mes de mi nacimiento. El aniversario de mi nacimiento era algo que pasaba para mi inadvertido, el hecho de que aguardara este día, era el inicio de la estación de lluvias.

Podía pasar horas viendo correr las pequeñas gotas resbalando por los hules, hasta convertirse en delgados hilos traslucidos que descendían hacia el lodo, mientras formaban enormes filas de diminutas cascadas entre cada puesto.

La lluvia me permitía estar un momento más en el puesto, un momento más con mis padres, sin el incesante alboroto de la gente, que era cambiado amablemente por la armonía de las gotas chocando contra el plástico.

Cuando esta cesaba y se convertía en brisa, buscaba con mi amigo, los tesoros plásticos que eran arrastrados corriente abajo, nunca supimos de donde venían, pero eran razón suficiente para meter nuestras manos en el pequeño caudal de tierra humedecida y basura.

Botas impermeables, adornadas con una cinta amarilla, decorada con dibujos de caballos, que alternaban entre rojo y azul, podía usarlas hasta que mis pies no resistieran a causa de las úlceras, eran mi fortaleza, podía pasar por donde ningún otro niño podía salir sin un resfriado o sin el regaño de una madre furiosa.

El tiempo se alentaba, como si la atmósfera causara este efecto, me permitía visualizar e imaginar.

Cuando el mercado se inundaba, el agua subía solo unos 20 centímetros, lo que para mi era estar como en una pequeña Venecia, con monstruos marinos hechos de los rabos y raíces de las cebollas, con desfiladeros hechos de papas, con puentes hechos de cajas y tarimas de madera, era perfecta.

El frío me dejaba utilizar mi ropa favorita, que para entonces mi idea de la moda, era entre más prendas mejor.

Al final de la lluvia mi pequeño cuerpo experimentaba gran nostalgia, como si un interesante amigo se marchara alargando su despedida.

Tal vez ahora sepa que aquellos tesoros eran el desperdicio de una tienda de joyas de fantasía, tal vez ya no use botas impermeables, tal vez ya no pase tanto tiempo con mis padres, pero el recuerdo que me trae la lluvia aun lo llevo conmigo. Solo me queda agradecerte, que compartas el gusto de esas pocas cosas especiales que han perdurado durante todos estos años.