lunes, noviembre 09, 2009

Capitulo 16. El delirio de Oengus.

Comencé a escribir de nuevo, elaboraba cartas y poemas en tu nombre, donde hablaba de lo mucho que te odiaba por ser el único vestigio hermoso de este mundo, hacia reclamos y peticiones preguntando el por que no le otorgabas de nuevo a la realidad su brillo y vivacidad.

Algunos de estos escritos terminaron a medias o en el cesto de basura, los pocos que luchan por un lugar en mi recuerdo, son aquellos que sin importar que el mundo me llamara, los termine antes de que yo mismo lo supiera.

Recuerdo uno de mis primeros poemas, tenia el alma de un niño en su ortografía y el espíritu de un aventurero en sus rimas, era un poema de amor, iba dedicado a una persona que chocaba contra lo antes conocido por mi.

Era rubia, guapa, de estatura media, de pelo largo que después paso a corto, ojos claros como la madera a través de la resina, tez blanca, casi igualando mi color cuando no salia de mi habitación por más de un mes, pero el objeto de deseo de todos y no solo mio, eran dos enormes pechos, de esos que solo se ven en secundaria, pero demonios lo teníamos a nuestro alcance en una forma inacabada.

Freud estaría complacido al ver este precoz ajetreo, liliputienses disputando una batalla, por algo que su madre les había enseñado a necesitar, no entiendo por que los deseábamos y aseguro que muchos no hubieran hecho nada de haber tenido al menos uno en sus manos.

Diría que mi atracción hacia ella no era tan diferente como la de los demás, esos grandes pechos me atraían, como si cada uno tuviera su propio polo magnético. El único plus que poseía, era que a pesar de que era movido por lo mismo, mi objetivo era tener su extrañeza, el poder saciar mi repentina curiosidad, el poder descifrar aquella fuerza inexplicable que ejercía sobre mi.

Le obsequie un retrato suyo, que para esta edad era lo suficientemente bueno, le cedía mi lugar en la fila, aprovechaba cualquier oportunidad para acercarme a ella, pero nada funcionaba.

Era la primera vez en años que trataba de conquistar un corazón, pero todo esto se veía tan nuevo y confuso, apenas y podía convivir con otras personas, como iba a lograr que ella volteara a verme, no era una opción ser popular, esos puestos estaban ocupados, no era de una familia adinerada para cumplir sus caprichos. Tenia que trabajar con lo que tenia, sabia que era apuesto (o por lo menos no era feo), sabia que tenia buena memoria e ideas poco comunes.

La cuestión me atormento por días, como podía fusionar todas estas aptitudes para lograr su atención. pero al obtener la respuesta más obvia, del lugar más obvio, supe lo que tenia que hacer.

De pronto escribía poemas donde elogiaba sus aptitudes y le inventaba algunas otras, para ganar algunos puntos, ponía gran empeño en cada escrito que realizaba, lo hacia en secreto.

Algunos llegaron a sus manos y después de unos días acepto por fin ser mi novia. Le regale un collar de plata al día siguiente, nunca había gastado tanto dinero en mi vida, y mucho menos haberlo juntado con un objetivo, pero valía la pena, tenia una emoción inigualable en mi vida, nunca había sentido tal cosa, sin embargo algo faltaba.

Tres días después, cortamos el noviazgo y como si nada seguimos nuestras vidas, o al menos ella. No sabia la razón, pero después de su adiós, de alguna forma sentía la misma emoción que cuando tomaba su mano, solo que enfocada en diferente manera, la ultima vez que la vi, me despedí como un soldado raso de un general (literalmente).

Supongo que todo es muerte de alguna manera, pero hasta esta puede poseer belleza en su nostalgia.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Exactamente como es que se despide un soldado raso de un general?
Sr. Si Señor?
o Firmes!...
oh espera, ya entiendo creo.

Efectivamente Freud se estaria cagando de la risa al imaginarse la escena pero no necesito ser Freud xD

Paou dijo...

Todo es muerte y aun así existe la opción de matar o dejar morir.